-¿Que haces?- oyó preguntar a Margaret, mientras entraba en el cuarto y se situaba a su lado.
-Le encantaban estos botines. Y a mi también.- contestó Anette, mientras los sostenía en sus manos con los ojos encharcados. - Recuerdo que se los pedí prestados varias veces y siempre me decía que no.- Sonrió con nostalgia.- Decía que lo mio eran las patadas y se los pondría perdidos de sangre de vampiro.- Margaret no dijo nada, simplemente sonrió y la abrazó por los hombros. Nunca sabía que decir en momentos como aquel. - No puedo creerme que ya no esté aquí. Después de tantos años, me había creído realmente que tanto Christopher, como Coco, como yo... éramos sencillamente invencibles.
Se aferró la botas al pecho y una lágrima brotó de sus ojos, resbalando por sus mejillas para acabar en su pantalón. Ahora eran dos muertes las que debía vengar.
Se cambió de ropa y salió de casa para ir a trabajar al pub nocturno, situado a unas manzanas de su barrio. Lo mejor era mantenerse ocupada y encontrar a los malnacidos que le habían echo eso, no podía quedarse en casa lamentando lo que había pasado. La noche transcurrió tranquila, entrando los clientes habituales. Humanos.
Cuando el cubo del vidrio estuvo lleno de botellas de cerveza y refrescos, lo cogió por las asas sin el mínimo esfuerzo y lo sacó al callejón trasero, donde se encontraban todos los contenedores. Abrió la tapa de uno de ellos y vació el contenido del cubo en su interior. La botellas rompieron en mil pedazos al chocar con las que ya había dentro. Fué en ese momento cuando notó una presencia a sus espaldas. Sabía lo que era, más bien sabía quien era. Se giró rápido y le propinó una patada en el pecho que lo lanzó contra el muro que tenía detrás. Se acercó a él, quien ni corto ni perezoso le devolvió el golpe, tirándola al suelo con violencia.

-Aún.- contestó Anette, levantándose con rapidez. - No me puedo creer la poca vergüenza que tienes al venir aquí después de lo que habéis hecho.
-Yo no tuve nada que ver.
-Uno de los tuyos lo hizo y pagareis todos por ello. - Iba a asestarle un puñetazo, pero la paró en seco sosteniéndole la mano con firmeza.
-¿Podemos hablar?
-¿Hablar?- contestó frunciendo el ceño. - ¿Somos enemigos declarados y tu quieres hablar?
-Para mi no lo eres.
En ese momento se apiado de él. Jamás lo había hecho con ninguno, aunque tampoco nunca le habían propuesto hablar. Pero era Edgar, aquel muchacho risueño, su única conexión con su pasado. Tenía curiosidad por saber muchas cosas que él podría contarle. Aceptó.
-Cuando pasó lo de tu amiga yo estaba contigo. No tuve nada que ver. - dijo el vampiro. - Fué cosa de Charlotte.
-¿Quien es Charlotte?
-Es quien controla los movimientos de todos los que estamos en el condado. Ella manda y hace lo que quiere.
-¿Y tú? ¿Haces lo que quieres?
-Anette yo... no soy como los demás. A mi no me gusta esto. No me apasiona ser vampiro, simplemente.... existo con ello. He matado gente, sí, pero ¿Quien va a echar de menos a un violador, a un asesino, a un maltratador? Nunca me he alimentado de gente inocente.
-¿Por que he de creerte?
-Por que soy lo único que te recuerda a lo que un día fuiste.
En ese momento un escalofrío la recorrió entera. Tenía razón. Lo miró a los ojos y reconoció la calidez en ellos de aquel muchacho del que se había enamorado perdidamente siendo una adolescente. A aquel muchacho que un día prometió que se casaría con ella, aunque sus familias no estuvieran de acuerdo.
-¿Como llegaste a este punto, Edgar?
Agachó la mirada y después de unos segundos contestó: - Cuando desapareciste todos estábamos consternados. No habías dejado ningún rastro. Nada. Simplemente parecía que la tierra te había tragado. Sentí que... me faltaba algo, lo más importante de mi vida. - Entonces levantó la cabeza y la miró.- Empecé a deambular por lugares que no me convenían. Una noche, me detuve delante de un lupanar y entré. Allí conocí a una mujer. El resto de lo que pasó está borroso en mi cabeza. Cuando me dí cuenta de lo que era, de en lo que esa zorra me había convertido quise suicidarme, pero ya estaba muerto. No podía hacer nada, así que me fuí del pueblo. Intenté reprimir mi sed de sangre, pero es imposible. Es mi naturaleza, Anette.
-Y la mía es acabar con vosotros.
-Estamos hechos para matarnos. Jamás nos perdonarían tener compasión el uno con el otro.
-¿Quien habló de compasión?- contestó ella con frialdad. Edgar la miró incrédulo, después de todo lo que le había contado no esperaba encontrarla tan fría y distante. -¿Que fué de mi familia?

-¡Anette! ¡Anette!- Oyeron como su jefe, Stanson, la llamaba a voces. Cuando éste abrió la puerta que daba al callejón, Edgar desapareció y se la encontró sola. - ¿Que haces aquí? El bar está lleno.
-Ya voy, solo estaba tomando un poco el aire, joder. - contestó, mientras pasaba delante de él y volvía a introducirse en aquel tugurio.
Le habían quedado tantas preguntas en el tintero. Quería saber más, sobretodo sobre esa tal Charlotte. De vuelta a casa pensaba que tal vez Edgar no fuera tan peligroso como sus congéneres. Quizás decía la verdad y simplemente vivía con lo que le había tocado, o también era probable que todo fuera una trampa. Fuera como fuese sabía que debía tener cuidado con él e ir con sigilo. Cuando llegó nadie más había en casa, así que subió a su cuarto y se tumbó en la cama boca arriba. No podía dejar de pensar en él. Sentimientos contradictorios la embargaron. Había hecho una promesa: matar a todos los vampiros, y Edgar era uno de ellos.
CONTINUARÁ.....